La imagen del inmigrante en la literatura argentina entre 1880 y 1910

La imagen del inmigrante en la literatura argentina entre 1880 y 1910

Graciela Villanueva

 

En la construcción de una memoria común, la literatura -entendida en un sentido amplio- desempeña un papel fundamental. En las tres décadas que van desde 1880 hasta 1910 la polémica sobre el extranjero en la literatura argentina se lleva a cabo no sólo en el ensayo y en el debate público (parlamentario, periodístico o de otro tipo), sino también en los textos de ficción que, en forma un poco menos directa pero igualmente importante, participan en los combates que se libran en el campo de las ideas. Los textos significativos que pueden estudiarse para comprender este proceso pertenecen, en efecto, a géneros discursivos muy diversos: narrativa (cuentos y novelas, editados a menudo en forma de folletín en periódicos de la época), teatro (obras largas y sainetes), textos descriptivos y argumentativos (ensayos, crónicas periodísticas, artículos de opinión y cuadros de costumbres), textos de leyes que reglamentan el estatuto jurídico del extranjero (desde la ley de “Inmigración y Colonización” de 1876 hasta la ley de “Defensa Social”, promulgada en 1910 para proporcionar un instrumento legal que permitiera expulsar al extranjero indeseable en forma expeditiva).

La tesis del crisol de razas que se logra gracias a la superación, más o menos trabajosa, de un conflicto inicial entre nativos y extranjeros es la que con mayor frecuencia aparece en el teatro. La gringa de Florencio Sánchez pone frente a frente a una familia de colonos italianos y a una familia criolla. El hijo del gaucho y la hija del inmigrante italiano se enamoran. Su unión, al final de la obra, presagia el nacimiento de una nueva raza. El planteo de Marco Severi apunta en el mismo sentido, pero tiene más que ver con lo político. El protagonista es un inmigrante italiano de ideas progresistas a quien la justicia de su país de origen persigue porque en el pasado, en un momento de desesperación, Severi cometió delito de falsificación con el fin de procurarse el dinero necesario para curar a su madre enferma. La Argentina aparece como un país en que el inmigrante italiano podrá, a pesar de la oposición de algunos, realizar sus sueños: fundar una cooperativa para compartir con sus empleados la propiedad de la empresa en la cual todos -nativos o extranjeros- trabajan codo con codo y en armonía.

Hemos resumido las líneas esenciales de los argumentos de ciertas obras representativas de la ficción argentina sobre el inmigrante. Esta coherencia es lo que explica la fuerza de la imagen del extranjero en la ficción argentina y la fuerza de la ficción argentina en el debate sobre la cuestión inmigratoria. Todas las obras de las que hemos hablado se inscriben dentro del  realismo. De la historia ejemplar que los personajes inmigrantes viven o padecen se desprenden ciertas significaciones, pero ellas adquieren fuerza de tesis en la medida en que los factores constructivos refuerzan su sentido. En otras palabras: los factores constructivos tienen una clara dimensión ideológica.

En la ficción argentina sobre el extranjero los nombres propios en general y los nombres de los extranjeros en particular tienen una importancia capital, ya que el procedimiento que podemos llamar de motivación onomástica se verifica una y otra vez. Dicho en términos muy simples: hay una intencionalidad clara del autor al colocarle, por ejemplo,   Victoria y Próspero a los personajes principales de la obra. Y algo similar puede decirse de las diversas imágenes, comparaciones y metáforas empleadas para designar o describir al personaje extranjero en la ficción argentina.

Los argumentos a favor o en contra del inmigrante pueden leerse no sólo en las historias narradas o puestas en escena por la literatura argentina, sino también en los factores constructivos con que los escritores levantaron sus edificios narrativos o dramáticos. A través de la lectura de los textos que trataron la cuestión del inmigrante entre 1880 y 1910, el lector de hoy -separado del contexto en el cual estas obras fueron concebidas, publicadas y leídas por todo un siglo de historia y todo un siglo de literatura- puede reconstruir el apasionante debate de un país que, hace apenas cien años, estaba tratando de saber qué era, qué había sido y qué había dejado de ser. Un país que procuraba definir lo que quería, lo que debía o, simplemente, lo que podía ser y hacer. En este nuevo fin de siglo en que pululan xenofobias de toda laya y en que globalización suele rimar con marginación y miseria, rememorar la historia de los extranjeros del pasado y reflexionar sobre ella se vuelve una práctica necesaria. Para desarrollar nuestra tolerancia. Para defender el derecho a la diferencia.

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